Atravesamos bosques y desiertos. Nos corrieron, persiguieron, asaetearon y arriaron y de no ser por la destreza del Uruguayo Pococho a los mandos del rastrojero rojo habríamos quedado tendidos en la estacada a merced de las procelosas aguas de un rio que se internaba en el corazón de las tinieblas. Y al fin, luego de un día que fueron muchos o muchos días que eternizaron nuestro viaje