Por supuesto, los vanos intentos del hombre por alcanzar la inmortalidad mediatica apenas fueron advertidos por el común de la masa tanguera, abocados a la consecución de sus sueños - en el mejor de los casos - a la finalizacion de una jornada estresante con una velada milonguera - en su mayoría - o a la narcotizacion televisiva con "supuestos contenidos de calidad" en casos graves de abulia y consunción cultural que llevan por lo general al vaciamiento integral del mundo real y su reemplazo por un correlato mediatico. La torre de marfil de los tiempos modernos *
*nota de la redacción: Hasta aquí el autor de esta entrada ha sido Miguel Fucol, semiologo y soberbio. Pedimos disculpas si su engreimiento ha podido molestar o herir alguna sensibilidad, retoma los mandos el apreciado Catulo Bernal.
La noche milonguera me había dejado como siempre el regusto amargo de una ilusión que me supo a miel en una emotiva tanda de la Orquesta Unitango con Chique y Zum. Cuando debí callar me solté a parlotear manteniendo el abrazo, con descontrolado afán de elegantes palabras. Tantas veces me había alcanzado el famoso "espíritu de la escalera" en donde la palabra o la acción justa te sucede, pero diez minutos después, que me pudo la ansiedad. Ella me dedico una de esas sonrisas tristes y se excuso diciendo "me tengo que ir".
El ahora fue, y en la vacilación por no parecer descortés me quede ahí, en la ronda que comenzaba a vaciarse.
Así que con el Pibe Pergamino fuimos a esa panadería que nunca cierra y alimenta con pizzas y otros consuelos a los que como yo tienen su hogar en el desengaño o en la gula, como es el caso de Pergamino . "Cacho y Pocho", los milongueritos del amor, la confirmación suprema de la derrota estaban allí en su lugar habitual suspirando gravemente. Hay una barra de cara a los cristales de la calle con banquetas altas a propósito para ver como la noche va dejando su lugar a un nuevo día. Un parroquiano vegetaba ahí con dos bolsas compra de los chinos, esas bolsas blancas de cuadriculado escoces que sirven para llevar muchas cosas. El hombre se quejaba durmiendo bajo su sombrero. "quieranme, quieranme" decía en su delirio. Se le cayó el sombrero y entrevimos al mismo Osvaldo Malandra, con sus características patillas y sus gafas dobles encimadas sobre la nariz. Manoteando contra un enemigo invisible se despertó sobresaltado comprobando las bolsas. Revolviendo en lo que parecían sus únicas pertenencias.
Miro sin vernos hacia el reloj de la pared y dijo: "tiempo, no tengo tiempo. Debo seguir, seguir".
Salió a la calle. Durante un segundo me pareció que se iba a caer arrastrando las bolsas tras de si. Intuí una explicacion en el fenómeno Malandra, viendo su tenaz lucha por dejar una marca, una impronta, algo que fuera imperecedero y trascendiera su patetismo. Intuí en su afán de figurar - si me es permitido el parafraseo - la tozudez del terco que planta cara a su destino y no lo resigna. Me dije, quiza este hombre solo esta aqui con sus delirios por el oscuro designio de un compensador, un encargado cósmico de equilibrar de alguna manera las penas de este mundo que ha utilizado como instrumento y ejecutor la pobre herramienta que tuvo a mano: un delirante destripador de tangos instrumentales.
Y en ese momento y mientras nos traían la pizza fría acompañada con café - manjar simple y habitual que siempre reservan para nosotros - me sentí ilógicamente y a su costa, bien.
Mientras se iba Osvaldo Malandra se puso a cantar, con su característica impostacion Merelliana la versión cantada de "Re-Tin-Tin", su forma de comenzar la jornada.
Era Horrible.